Hablar de Getsemaní, hoy en día, es hablar de una Cartagena viva, vigente, moderna. Sus calles, inundadas de color y de música, han convertido a este barrio en uno de los más importantes núcleos culturales del continente.  Durante mucho tiempo, Getsemaní fue visto como poco más que un gueto y no se encontraba ni en el radar de los cartageneros más entusiastas. Sin embargo, sus habitantes decidieron apostarle a su resurgimiento, y desde hace unas dos décadas lo han impulsado a través del arte, la cocina y la danza, con tal éxito que la revista Forbes cataloga hoy a Getsemaní como uno de los 12 barrios más cool del planeta.  Pero lo que muchas personas no saben es que, tan rico como su presente, es su enorme pasado. Para entender el actual estado de Getsemaní, primero hay que conocer el camino y las luchas que los “getsemanicenses” han tenido que atravesar hasta convertirlo en el distrito cultural que es actualmente. Hagamos, entonces, un repaso por la historia de este antiguo barrio de Cartagena, cuna de la independencia de Colombia y epicentro artístico del Caribe.  

El Corralito de Piedra 

En 1502, durante uno de sus viajes por el mar Caribe, la expedición comandada por el navegante sevillano Rodrigo de Bastidas llegó a una bahía rodeada por islas de manglar en las que vivían indígenas de la tribu kalamari. 31 años después, y gracias a la calidez y poca profundidad de sus aguas, el conquistador Pedro de Heredia escogió esta bahía como el sitio ideal para la construcción de un puerto y una fortaleza que sirviera como resguardo para todos los viajeros que llegaran desde España al sur del Nuevo Mundo. La fortaleza se llamó Cartagena, y su puerto se convirtió rápidamente en uno de los más grandes de las Indias Occidentales. 

El extremo norte de la bahía fue cercado, formándose así lo que hoy conocemos como la Ciudad Amurallada. En su interior habitaban las esferas más altas de la jerarquía política, económica y religiosa de la Corona y la Iglesia, mientras que los grupos sociales más bajos se asentaron a las afueras de las murallas y en las islas próximas al actual Centro Histórico de Cartagena.  

Un barrio a las afueras 

Una de estas islas era la de Getsemaní, al este de la ciudad. Allí se estableció una gran población de indígenas convertidos, esclavos de servidumbre y familias españolas y criollas, principalmente de comerciantes y artesanos. Pero el reconocimiento oficial de la isla como un barrio autónomo no se daría sino hasta principios del siglo XVII, cuando el entonces obispo de Cartagena le solicitó al rey de España que se ordenara la construcción de una iglesia en Getsemaní, ya que este había crecido tanto y se encontraba tan apartado de la Ciudad Amuralla que se hacía necesario que sus habitantes contaran con un templo propio.  

En realidad, en Getsemaní ya existía un complejo religioso, construido a mediados del XVI por la orden de los franciscanos. El complejo lo componían el Convento de San Francisco, el Claustro, y la Capilla de la Veracruz. Sin embargo, los edificios se habían visto gravemente afectados durante un asalto de piratas franceses al puerto de la ciudad, por lo que la Orden Franciscana decidió abandonarlo. Fue así como en 1642 se iniciaron las obras de la Iglesia de la Santísima Trinidad, ubicada en la plaza central de Getsemaní, que hoy lleva su nombre. 

Cuna de la independencia 

Aunque en Colombia solemos celebrar nuestra independencia de España el 20 de julio, como si ese día de 1810 hubiéramos roto de manera definitiva e irremediable todos nuestros lazos con la Corona, lo cierto es que este fue un proceso mucho más complejo, con ires y venires y fechas que se cruzan constantemente. En realidad, lo que sucedió aquel domingo en la plaza mayor de Bogotá no fue la declaración de independencia de nuestra nación, sino un intento de la élite de la ciudad de obtener para los criollos y mestizos una mayor participación política y control sobre las tierras que por derecho les pertenecían.  

Así como en Bogotá, muchas otras ciudades de Colombia estaban pasando por situaciones similares, y no fue una casualidad. Dos meses antes del estallido en la capital, el 22 de mayo de 1810, ya en Cartagena se había decretado el paso de un cabildo —totalmente controlado por los españoles— a una junta de gobierno en la que las gentes locales tendrían un mayor grado de participación. Fue, entonces, gracias a este hecho que el resto de territorios del virreinato se animaron a hacer lo mismo.  

Un año y medio después de esto, en 1811, la situación en Cartagena era prácticamente igual que antes, y el descontento entre sus habitantes seguía en aumento. Así, un grupo de terratenientes, artesanos y comerciantes del barrio de Getsemaní decidieron reunirse para exigirle a la junta que declararan la autonomía total del estado de Cartagena.  

El grupo estaba encabezado por Pedro Romero, un cubano que lideraba las llamadas Milicias Pardas —o Lanceros de Cartagena—. En la mañana del 11 de noviembre de aquel año, Pedro y sus hombres se dieron cita en su casa, ubicada en la famosa Calle Larga, para salir juntos desde allí hacia la oficina de gobierno a hacer presión mientras se debatía si declarar o no la independencia definitiva.  

El primer paso era tomar el control militar del barrio, así que se dirigieron hacia sus baluartes para robar los cañones. El baluarte principal era el de la puerta de la Medialuna, y los otros eran el del Reducto —a un costado del Puente Román, que conecta Getsemaní con la isla de Manga— y el de Barahona —ubicado en donde hoy se encuentra el Centro de Convenciones de Cartagena—. Habiéndose hecho de los tres, los revolucionarios hicieron lo impensable: los giraron y, por primera vez, las armas de la Corona española no apuntaron hacia el mar Caribe sino hacia el corazón del barrio.  

Esa misma tarde del 11 de noviembre de 1811, lo que había comenzado como un lejano sueño del pueblo getsemanicense se convirtió en realidad: Cartagena era, por fin, “un estado libre, soberano e independiente”.  

Una historia viva 

Más de 200 años después de aquel heroico evento, el espíritu soñador y tenaz de los habitantes de Getsemaní sigue tan vivo como el día en que los cañones de la muralla apuntaron hacia la Plaza de la Trinidad. Como Pedro Romero y su gente, hoy las calles del barrio se las ha tomado la cultura, como un grito de libertad que no cesa y que se escucha en cada canción, cada mural, cada baile, y cada sonrisa que nos regalan los getsemanicenses.  

La historia, para entenderla, hay que vivirla: vívela por medio del arte y sumérgete en una experiencia sin igual, mientras aprendes español y exploras la cultura del Caribe colombiano como un local.  

La escuela Nueva Lengua tiene su sede en el Callejón Ancho de Getsemaní, a una cuadra de la Plaza de la Trinidad. Revisa los planes que tenemos para ti en la ciudad, o escríbenos a info@nuevalengua.com para más información sobre nuestros cursos de español en Cartagena 

¡Te esperamos! 

Todos los artículos de este blog han sido escritos por los profesores de nuestra escuela y por estudiantes de diferentes países que viajaron a Colombia para aprender español.
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